Lo que la Hermana ha sentido todos estos años, desde que la carta le llego a Lily y no a ella,
Petunia.
Cambia a una posición más cómoda y examina el oscuro y monótonamente limpio cuarto bajo los sonoros y gruesos ronquidos de su marido. Allí, por encima de su escritorio se encuentran los euros que tan exactamente habían acomodado por orden de tamaño y que tan minuciosamente contaban, asegurándose ni que la más mínima libra les faltara. Allá en una cuna lejana se encuentra su rechoncho, regordete y sobre todo molesto hijo de apenas tres meses, que duerme plácidamente tendido como en pocas noches lo ha hecho. Justo a su lado, en su pulcra mesita de noche se distingue el blanco papel de los tiquetes de parqueo que su esposo insiste en guardar, y en ese momento recuerda que el día de mañana deberá hacer cuentas.
Se levanta cuidadosamente de su cama, tratando fallidamente de no hacer ruido, pero igual, los otros dos durmientes hacen caso omiso a los fuertes ruidos que hacen las tablas de su cuarto -y, posiblemente, toda la casa- al pisar sobre ellas. Se encamina descalza a través de los confusos pasillos de su grande e impecable hogar, con su blanco, liviano camisón bien planchado ondeando detrás de ella. Llega a las escaleras y las baja grácilmente, sin olvidar que el último escalón cruje.
¿Si este era su hogar, Porque se sentía tan sola?
Abre la puerta y respira libremente el aire fresco de la noche, como nunca lo había podido hacer en frente de su odioso marido. Da cinco pasos y se encuentra en el medio de su jardín, con el suave y verde pasto haciéndole cosquillas en los tobillos, lo cual la hace pensar "Esto no está bien podado!". Pero no tiene tiempo para eso, pues mira a la luna y suspira, pensando en lo que habría podido ser.
Extiende sus brazos al aire y, sin preocuparse por despertar a todo su quisquilloso vecindario grita entre sollozos contenidos "¿Porque no pude ser yo?"
Pero sabe que la brillante luna nunca le responderá.
-Autora: L.Lucia Benavidez
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